El poder de la adaptación:De Caperucita a la chica de la capa roja

Por Jhonny López A.



Entró a la cartelera cinematográfica la cinta La Chica de la Capa Roja, nombre que obviamente tiene que ver con la niña que fue a visitar a su abuelita y vivió una espantosa aventura con el Lobo feroz.

A diferencias de muchas de las películas adaptadas de obras literarias, ésta llama la atención porque es, entre las decenas de cuentos dirigidos al público infantil, uno de los primeros en ser conocidos: Caperucita Roja.

Esta cuento nos acompañó a millones de niños quienes sufrimos con esta tierna historia que de un momento a otro se convierte en una tragedia que termina con un final grotescamente feliz, para satisfacción de todos los que nos imaginamos lo peor.

Pues bien, sin conocer otras de las tantas versiones que sobre este cuento se ha realizado para cine, y sin ser nada más que un espectador fascinando por la creatividad, puedo decir que a esta edad, mi imaginación voló todo el tiempo haciendo paralelos entre la niña de la caperuza, la joven de la capa, el lobo feroz, la abuela, el bosque, sus vivencias, los personajes secundarios, pero sobre todo, semejante trama.

Fue una grata experiencia por el maravilloso ejercicio mental que se hace en el transcurrir de la película y después de la exhibición, porque se inicia toda una confrontación entre los conocimientos y sueños albergados frente a las nuevas ideas que surgen y quedan deseos de realizar una propia versión.

Se alaba la capacidad del guionista por aumentarle unos años a la niña. Por darle un gran significado a aquella caperuza roja convirtiéndola en una capa. Al predominante papel que juega la abuela en el destino de la chica. Por el enamorado de nuestra conocida chiquilla. También, porque en la cinta aparece el papá de esa Caperucita mayor, quien resulta ser nada menos que el lobo feroz.

Y lo interesante es que después de tantas décadas de haber escuchado el cuento, de leerlo infinidad de veces, de continuar la tradición con mis hijos y preparándome para hacerlo con mi nieto, añoro la felicidad que me habría embargado si de niño o adolescente me hubiesen dado las puntadas para que mi imaginación volara y creara otra caperucita en un mundo diferente, una canción, un poema. De haber trabajado en una corta historia para una sesión de títeres, una historieta, una canción, adivinanzas, chistes, una obra de teatro, un musical, un concurso de diseño para definirle una nueva presentación a la niña, una investigación sobre otras versiones.

Me entristece no haber despertado en mis hijos tal grado de imaginación. No creamos un cuento colectivo, no indagamos si existían versiones anteriores, no elaboramos nuestro propio juego de salón, no inventamos con nuestras voces, la voz de alguno de los personajes infantiles, no empequeñecimos a Blanca Nieves y agrandamos a los enanos, no inventamos al azar historias.

El siglo XXI, cada día con mejor tecnología y recursos de todo tipo para volar la imaginación, ofrece todas las facilidades para recurrir a estos ejercicios mentales tan maravillosos, como son la adaptación y la confrontación, porque allí crecen y se multiplican, las semillas que incitan a leer.

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